jueves

La cuestión comunista (1)

Creo que está fuera de dudas el hecho de que una de los grandes temas del socialismo actual, sea dejar lo más claro posible lo que se ha venido a llamar “la caída del comunismo”.
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En contra de los que se puede llegar a creer, durante los años sesenta tuvo lugar una revalorización del socialismo y del carácter primordiamente positivo de la revolución de Octubre, y también de la experiencia soviética por más que los horrores del estalinismo habían contribuido a reforzar el sentimiento anticomunista, curiosamente entre muchos intelectuales que anteriormente habían sido comunistas o “compañeros de ruta”.
Los jóvenes que empezábamos a buscar la República, y a considerar que otra España era posible, dimos soporte a una aventura editorial que, en mucho casos, se desarrollaba en los pliegues dobles de muchas librerías.
Fue de esta manera como adquirimos con devoción los siete volúmenes de historiador socialista británico G.D. H. Cole, “Historia del pensamiento socialista” (Fondo de Cultura Económica, 1963). Su éxito dio lugar a una reimpresión en 1974). Era un trabajo que servía para fundamentar los diversos seminarios que se cocían en los despachos de alguna Iglesia, a veces con la presencia del mismo sacerdote, y conocí a uno que llegó a casar a unos amigos citando a Bakunin, de un fragmento que me habría gustado registrar.
Los volúmenes VI y VII sobre “comunistas y socialdemócratas” abarcaban desde 1914 a 1931, y ofrecían una visión muy detallada de los problemas y debates, sin olvidarse de ofrecer los argumentos de unos y otros, material con el que más tarde, los más inquietos discutíamos en el rincón de una café de más o menos confianza. Más recientes fueron los cuatro volúmenes de la obra colectiva dirigida por Jacques Droz, “Historia general del socialismo” (Ed. Destino, Barcelona, 1976; reimpresión de bolsillo, 1986), y cuyo dos últimos volúmenes se centran en la historia del “comunismo”. Esta historia, hermosamente editada, fue la última de esta gran secuencia de la historia del movimiento, y por lo tanto la más documentada, mucho más por supuesto que los diversos breviarios que fueron apareciendo casi en todas las editoriales más o menos militante. La de Droz contaba con un penetrante prólogo de Manuel Sacristán. Por aquel tiempo, Manolo tenía más claro que los demás que la historia social estaba caminando hacia atrás…
Así, el mismo historiador francés Droz ya había publicado una “Historia del socialismo” (Libros de enlace, Barcelona, 1975). Muy divulgada fue la apretada y apasionante “vulgata” de Wolganf Abendroth, “Historia social del movimiento obrero europeo” (Ed. Estela, Barcelona, 1972), a mi gusto, la más sintética y penetrante, no en vano Abrendroth era toda una institución en el socialismo alemán, un viejo comunista heterodoxo de la tradición de Heinrich Brandler. Otros títulos a señalar serían: Annie Kriegel, “Las Internacionales obreras” (Ed. Mártinez Roca, Barcelona, 1968); Eduard Dolleans, “Historia del movimiento obrero” (III t., Ed. Zero-ZYX, Madrid, 1969), quien, por cierto, daba mucha importancia los movimientos sindicales, sobre todo al sindicalismo revolucionario que algunos y algunas trataos de aplicar en el trabajo que llevábamos en los tiempos en que Comisiones Obreras daba más importancia a las asambleas que a los cargos.
Muy significativo de este andar para atrás resultó ya en los años ochenta el “parón” de una edición proyectada en 42 fascículos semanales (4 vol.) de la colección “Crónica y vida del socialismo” (Acanto Ed., Madrid, que coincidió con el ascenso al poder del PSOE, y en la que colaboraban la mayoría de los jóvenes historiadores que se habían significado en la recuperación de la memoria “perdida” del movimiento obrero. Júcar, que había editado la magnífica colección Crónica General de España, la más completa de todas las relacionadas con el movimiento obrero en el Estado Español, también llegó a publicitar una historia general del socialismo (recuerdo incluso una valla anunciándolo), pero que no pasó de las primeras entregas, en concreto “La revolución china” de Lucien Bianco, y si no me equivoco, aparecieron unos primeros fascículos de un coleccionable que, creo recordar, se llegó a anunciar en los paneles de las carreteras. Me gustaría saber como acabó todo esto, pero supuesto que mal. Muy mal. Los lectores “viejos” comenzaron a colocar estos libros en la parte más inaccesibles de sus librerías, y los jóvenes que llegaron se podían contar con los dedos de una sola mano.
Por su parte, una editorial entnces tan importante como Bruguera (1980) editó la ambiciosa “Historia del marxismo” dirigida por un equipo integrado por Eric J. Hobsbawn, George Haupt, Frank Marek, Ernesto Ragionieri, Vittorio Strada, y Corrado Vivanti, que dedicó 4 entregas a la IIº Internacional, y preparaba otras tantas a “El marxismo de la Tercera Internacional”. Por este tiempo estuve negociando con su responsable la edición de la trilogía de Deustcher sobre Trotsky, y a tal efecto iniciamos una breve correspondencia con Tamara Deustcher, hasta que llegó un día en que dicho responsable, me dijo al llegar: “No hay nada que hacer. Cierran la editorial”, y así fue. Existe otra gran tentativa ligada a la Fundatione Giangiacomo Feltrenelli, auspiciada en Francia por Gallimard, 10/18, “Histoire du marxisme contemporain·, que desde el volumen 4 (Lenin), están dedicados a los marxistas comunistas. Todavía la tengo en casa en una estantería cercana, subrayada hasta el bigote. Fue seguramente lo más elaborado que se ha hecho hasta el momento sobre una historia que, cuando mejor se estaba cociendo, empleaba a dejar de interesar.
En los sesenta, el anticomunismo más primario comenzó a perder su efectividad. Recuerdo la risa que nos aba los panfletos anticomunistas tan típicos de los años cincuenta. Llegó un momento en que hasta la gran industrias comenzó a financiar películas que cuanto menos, comportaban más de una lectura. Esta fue el caso notorio del famoso filme de David Lean, Doctor Zhivago, en donde servidor escuchó por primar vez “La Internacional”. Los espectadores más despiertos pudieron deducir que, a pesar de todos los avatares sufridos por la pareja protagonista por conflictos ajenos, el personaje de Evgraf (Alec Guinnes) señalaba claramente que la revolución había logrado cuando menos sus objetivos de desarrollo al más alto nivel. Años después, hasta el siniestro Arias Navarro, tratando de justificar el carácter "incuestionable" del régimen del 18 de julio, para explicar su argumento que "solo se reforma lo que se quiere mantener", Arias echó mano a la historia de otros sistemas que se atenía a este principio, y citó “la famosa revolución de octubre de 1917”, junto con la revolución norteamericana de 1776, la francesa de 1789 como legitimidades equiparables a la del “los principios del 18 de julio”, cuando eran, justamente, su negación (combinada).
Poco a poco las descalificaciones franquistas se fueron haciendo cada vez más hueras y era ya un clamor el rechazo y el regodeo de los estereotipados comunistas de tantas películas norteamericana de manera que una de ellas que lo rompió –la mediocre “!Que vienen los rusos”, (Norman Jewison, 1966)--, resultó un éxito considerable. Seguramente ninguna otra revista reflejó mejor que “Triunfo” el cambio en el ambiente ante lo que Berlingüer llamó “la cuestión comunista” (título de un libro de Fontamara). En este cambio de perspectiva, la Revolución de 1917 tenía, como lo había tenido en sus primeros años, como lo tuvo durante la IIº República, un sentido incuestionable positivo. Se la podía juzgar al pie de la letra, como insuficiente, errónea en tal o cual extremo, deformada y hasta como traicionada (Trotsky), pero desde la izquierda, nadie dudaba que había significado un paso de gigante para la historia. No obstante, el 68 fue un año crucial, y todo cobró un sesgo más crítico. Ni Santiago Carrillo se atrevió a justificar plenamente la actuación del PCF, y ni tan siquiera Dolores Ibarruri quiso callar ante la invasión de Checoslovaquia.
La idea de que tanto los países socialistas como los partidos comunistas únicamente merecían ser apoyados en la medida en que fueran capaces de transformarse. Los activistas parecían todos muy de izquierdas, pero igualmente era cierto que dicho radicalismo era antifranquista, pero que en cuanto a las alternativas una mayoría sentía mayor afinidad con las formas de vida suecas o alemanas que por las del Este. Los que habían estado allí volvían claramente decepcionados. Pero estaba la alegría cubana, los movimientos guerrilleros y de resistencia, los “países no alineados”, etc. Había que debatir sobre todo esto, y sobre todo había uno o varios libros. En ellos, la revolución de Octubre era una medida política central. Cualquier propuesta alternativa tenía que hacer las cuentas con Octubre y todo lo que vino después para afirmarse, y todas las internacionales se legitimaban con una posición sobre este acontecimiento. Se trataba pues, de ir más allá en un sentido u otro, pero lo que nadie tenía en mente era restauración, de un “antes” que a nadie se le ocurría fuera mejor. La derecha simplemente lamentaba que Kornilov o Kolchack no hubieran entrado con sus tropas en Petrogrado y Moscú, y poco más.
Este sentimiento comenzó a cambiar en los ochenta con la consolidación de la reforma pactada. Después de una cierta transición que se prolongó hasta la segunda mitad de la década, al final de ésta, sobre todo después del ascenso de Yeltsin, las grandes revistas daban la medida de la buena nueva. En un lujoso “dossier” aparecido en el Dominical de “El País”, con el título de “La revolución en el Este”, se certificaba en la presentación: “El comunismo, el llamado socialismo real, la revolución iniciada en 1917, ha llegado al final del trayecto”. En este sentimiento el concepto "Gulag" se erigió en la medida de todo el ideario revolucionario hasta llevar Stalin hasta Marx. Aunque no se detuvo aquí asimilación, y las sentencias de culpabilidad llegaron a veces hasta el desiquilibrio del intransigente monje Savonarola o a Thomas Münzer; evidentemente, la reforma y la revolución también sabían de excesos y barbaridades.
Uno de los "teóricos" de la dictadura militar argentina llegó hasta la “República” de Platón vía Santo Tomás de Aquino. Por su parte, el propio Alexander Solzhenitsin bajaba el listón hasta el Renacimiento. Llegábamos a un tiempo en que algunas de los grandes ideales surgidos de la Ilustración –el socialismo entre ellos- comenzaron a ser catalogados como “anacrónicos” en un pensamiento dominante que se reconciliaba con liturgias oscurantistas, como el “Babitt”, el personaje de la gran novela de Sinclair Lewis, tan ilustrativa de la mentalidad de la burguesía norteamericana…Estaba claro: el anticomunismo era una manera de ver la paja en el ojo ajeno, y de no hablar de la viga en el propio.
Esta desconfianza radical por un resurgimiento de la literatura revolucionaria que se prolongó a lo largo de todos los años sesenta-setenta, para declinar a continuación.
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Por PEPE GUTIERREZ-ALVAREZ
Para Kaos en la Red