La iglesia colombiana se caracterizó por su silencio de claustro durante el medio siglo que arrastra el conflicto armado mientras horripilantes masacres se perpetraban contra el pueblo, millones de colombianos y colombianas debían salir del país buscando aires de protección en geografías lejanas por las persecuciones que padecían, otros eran asesinados por su lucha por una Colombia más justa, donde comer y vivir se convierta en un hecho habitual e independiente exclusivamente de la suerte.
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También sonó como estampido muy fuerte el silencio frente a la realidad de los millones de desplazados, el aniquilamiento del derecho a la salud, a la educación y al trabajo, la inminencia de un TLC sugerido por Washington y que no es necesario ser adivino para saber que es lo que encubre, así como tampoco es difícil imaginar los daños que incrementará en una tierra demasiado herida y avasallada, aunque la Biblia no haya dado cuenta de ello.
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Ni los Santos colaboraron, y aquí no mencionamos a la tradicional familia oligarca, sino a los otros, los que dicen ser los que iluminan el camino de los pobres, ni los altos prelados dijeron siquiera por un momento “basta, ya es demasiado”, ante la ejecución del Plan Colombia, sostenida, gestada, financiada por Washington, sino que esperaban en silencio de oración los aconteceres diarios que dejaban al mundo una sensación de dolor inimaginable.
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No mencionó tampoco a los niños de la guerra, los mártires centrales del conflicto, mucho menos a las comunidades afro descendientes y pueblos originarios, ni a los niños abandonados por el Estado en hogares, que de tal, sólo tienen el nombre, porque en esta vida para mencionar algo antes debe llamarse de alguna manera.
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Fácil es imaginar de que lado se situaba, Pilatos no ha muerto, está vivito y coleando, lavándose las manos en aguas tintas en sangre.
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Sin embargo y rompiendo su rutina, el 26 de diciembre lanzó un comunicado cuyo título central fuera: “las FARC dieron un viraje significativo”, sacándola del infierno donde las había ubicado y cuyo tema puntual se abocaba a los momentos que habrían de vivirse a partir de la excelente y humanitaria predisposición de la senadora Piedad Córdoba, así como del presidente Hugo Chávez y de otros seis países, cuyos mandatarios, con real voluntad política, ofrecieron su colaboración para, entre todos, llevar a cabo la liberación de tres retenidos, entre los que se encontraba el niño Emmanuel.
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El Arzobispo de Tunja hizo declaraciones públicas celebrando un gesto que a su decir, “rompe unos esquemas que siempre habían estado muy rígidos y que esa liberación se podría dar porque la gestión del presidente Chávez ha sido facilitada enormemente por las FARC” {sic}
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Parecía mentira, notamos con gran sorpresa que la Iglesia estaba enterada de que en Colombia están sucediendo cosas terribles hace tantas décadas.
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Sin embargo y como es sabido, el hombre propone y Dios dispone. Los acontecimientos siguieron un rumbo distinto y la voz del presidente acalló al murmullo sorpresivo de la Iglesia, a partir de acciones incomprensibles que dejan mucho que desear.Dos veces en poco tiempo, abortó las intenciones de Chávez y Piedad, asesinó nuevamente las esperanzas de los familiares de los tres retenidos por liberar en una acción unilateral de la guerrilla y nuevamente el manto de dolor se esparció por esa tierra donde la vida no vale nada, ni siquiera la de los niños, alcanzando esta vez otras latitudes.
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Ahora resulta que el narco-para-presidente, vuelve a tomar distancia de su vecino, asegurando con la firmeza de los matones, que su gobierno “no tolerará más comisiones humanitarias –al menos reconoce la palabra humanitaria- como la que estuvo en Villavicencio”. Agregando que “están conformadas por personas que no conocen la situación colombiana ni a las FARC” y la voz encargada de reproducir la orden fue la del canciller Fernando Araújo.
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En medio de un juego perverso que pone en escena a dos niños, uno ¿o los dos? sería Emmanuel, que el gobierno se apresuró en asegurar que se encontraba en un ¿hogar? de niños abandonados, mientras el ministro de protección social sostiene que las FARC jamás entregaron a ese lugar al niño, sino que fue rescatado por el Instituto de Bienestar Familiar.
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Aparece, entonces, Juan David Gómez Tapiero, ahora dicen que Emmanuel, pero que sea el que fuere necesita urgente atención especial y ésta depende del Estado, que si es cierto que realmente hace varios años tiene al niño jamás se ocupó siquiera de saber el origen del mismo y pretende hacerlo en un misterioso acto y cuando la situación, respecto a su identidad, fue parida a la luz del mundo.
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Corresponde al Estado colombiano entregar entonces a Emmanuel a su familia legítima, no debería demorarse un minuto más si es que este niño es realmente quien dice que es…En medio de las fiestas de carnaval que se desarrollaron estos días y que acaban de finalizar, continúa el otro carnaval. El del horror, de la mentira, el eterno en tierras colombianas, donde ataviados con máscaras de terror se secuestró a Emmanuel para que no pueda hacerse efectiva su restitución al hogar materno, en medio de bombardeos y con la presencia de más de 20 mil militares de la “Seguridad Democrática” en la zona donde debía realizarse la entrega de los prisioneros y con el clarísimo fin de esparcir cortinas de humo que imposibiliten los primeros pasos hacia futuros acuerdos que puedan dar por fin el drama colombiano.
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La Iglesia regresó a sus altares, nuevamente el silencio ronda y sostiene la impunidad, las familias continúan esperando el regreso de los seres amados, los pequeños continúan en el “limbo” y la historia colombiana nos sigue demostrando que en este horrendo carnaval el presidente y sus secuaces no piensan quitarse sus caretas por lo cual sólo resta arrancárselas…
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Por: Ingrid Storgen
ARGENPRESS